lunes, 28 de mayo de 2007

Discurso de Benedicto XVI al aterrizar en Sao Paulo

Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI en la tarde de este miércoles al recibir la bienvenida en el aeropuerto de Sao Paulo-Guarulhos que le tributó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva.


SAO PAULO, miércoles, 9 mayo 2007 (ZENIT.org)

Excelentísimo Señor Presidente de la República, Señores Cardenales y Venerados Hermanos en el Episcopado

¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

Es para mí motivo de particular satisfacción iniciar mi Visita Pastoral a Brasil y presentar a Vuestra Excelencia, en calidad de Jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mis agradecimientos por la amable acogida con que me han recibido. Extiendo este agradecimiento con mucho gusto, a los miembros del Gobierno que acompañan Vuestra Excelencia, a las personalidades civiles y militares aquí reunidas y a las autoridades del Estado de Sao Paulo.

En sus palabras de bienvenida, siento resonar, Señor Presidente, los sentimientos de cariño y amor de todo el Pueblo brasileño para el Sucesor del Apóstol Pedro. Saludo fraternalmente en el Señor a mis queridos hermanos del episcopado que vinieron a recibirme en nombre de la Iglesia que está en Brasil.

Saludo igualmente a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los seminaristas y los legos comprometidos con la obra de la evangelización de la Iglesia y con el testimonio de una vida auténticamente cristiana. En fin, dirijo mi afectuoso saludo a todos los brasileños sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, enfermos, jóvenes y niños. A todos digo de corazón: ¡Muchas gracias por vuestra generosa hospitalidad!

Brasil ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa no solamente porque nació cristiano y porque posee hoy el mayor número de católicos, sino sobretodo, porque es una nación rica en potencialidades, con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia.

Mi visita, Señor Presidente, tiene un objetivo que sobrepasa las fronteras nacionales: vengo a presidir, en Aparecida, la sesión de apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Por una providencial manifestación de la bondad del Creador, este país deberá servir de cuna para las propuestas eclesiales que, Dios quiera, podrán dar un nuevo vigor y empuje misionero a este continente.

En esta área geográfica la mayoría son católicos, esto significa que ellos deben aportar de modo particular al servicio del bien común de esta Nación. La solidaridad será, sin duda, palabra llena de contenido para las fuerzas vivas de la sociedad, cuando cada uno, desde su propio ámbito, se empeñe seriamente por construir un futuro de paz y de esperanza para todos.

La Iglesia católica –como puse en evidencia en la Encíclica «Dios caritas est»– transformada por la fuerza del Espíritu está llamada a ser, «en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia» (cf. 19). De allí su profundo compromiso con la misión evangelizadora, al servicio de la causa de la paz y de la justicia. La decisión, por tanto, de realizar una Conferencia esencialmente misionera, refleja la preocupación del episcopado, y no menos mía, de buscar caminos adecuados para que, en Jesucristo, «nuestros pueblos tengan vida», como reza el tema de la Conferencia.

Con esos sentimientos, quiero ir más allá de las fronteras de este país y saludar todos los pueblos de América Latina y del Caribe anhelando, con las palabras del Apóstol, «Que la paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo» (1Pt 5,14).

Doy las gracias, Señor Presidente, a la Divina Providencia que me concede la gracia de visitar a Brasil, un país de gran tradición católica. Ya he tenido la oportunidad de referir el motivo principal de mi viaje que tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso.

Estoy muy feliz por poder estar algunos días con los brasileños. Sé que el alma de este Pueblo, como el de toda América Latina, conserva valores radicalmente cristianos que jamás serán cancelados. Y estoy seguro que en Aparecida, durante la Conferencia General del Episcopado, será reforzada tal identidad, al promover el respeto por la vida, desde su concepción hasta su natural declinación, como exigencia propia de la naturaleza humana; hará también de la promoción de la persona humana el eje de la solidaridad, especialmente con los pobres y desamparados.

La Iglesia quiere apenas indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejaré de insistir en el empeño que se debe dar para asegurar el fortalecimiento de la familia --como célula madre de la sociedad; de la juventud-- cuya formación constituye un factor decisivo para el porvenir de una Nación y, finalmente, pero no por último, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los segmentos de la sociedad, especialmente de los pueblos indígenas.

Con estos augurios y al renovar mis agradecimientos por la calurosa acogida que como Sucesor de Pedro he recibido, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, evocada también como Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas, para que proteja e inspire a los gobernantes en la ardua tarea de ser promotores del bien común, reforzando los lazos de fraternidad cristiana para el bien de todos sus ciudadanos. ¡Dios bendiga América Latina! ¡Dios bendiga Brasil! Muchas gracias.

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